Ronda en el medievo.

RONDA: CONSTRUCTORES EN LA EDAD MEDIA

La historia de la construcción de edificios, tanto civiles, militares, religiosos,gubernamentales o reales, vá ligada al propio desarrollo de la sociedad que contempla su gestación y desarrollo. Así, desde las murallas que defendían nuestra ciudad, hasta la colegiata de Santa maría, pasando por el desaparecido "Castillo del Laurel", y terminando en las casas-palacio, todas se inician y finalizan desde un material común: la piedra. Y desde esta, apreciamos al modelador e ingeniero, que con um cincel y um martillo., cvonvirtió la piedra en arte.
En um principio, tanto las construcciones destinadas a uso militar o civil se hacían de madera,pero antes de seguir adelante vamos a ojear la historia desde el origen, o lo que es lo mismo., desde que el hombre utiliza la piedra como útil para marcar una zona o un enterramiento.
De esa manera , comenzamos en la Prehistoria con la arquitectura megalítica, continuándose esencialmente en las innumerables construcciones de Egipto y en la revolución estética griega, alcanzando su cénit en la arquitectura romana. Durante la República y el Imperio Romano se consolidó la técnica de la cantería. Así, mediante el empleo de operarios altamente especializados, con una estricta formación, y la utilización de herramientas muy perfeccionadas, se estuvo en disposición de levantar grandes monumentos. Sin embargo, la caída del Imperio Romano supondría para Occidente un largo período de decadencia de la arquitectura. Su descomposición interna, la llegada de los germanos y su definitiva disolución en el año 476 impusieron un nuevo orden occidental basado en la división política, la disminución de las comunicaciones y el declive de los recursos, lo cual trajo como inevitable consecuencia la interrupción de las grandes obras de piedra.
La población se desplazó al campo y las antiguas ciudades romanas perdieron importancia. Tampoco la nobleza ni el nuevo poder emergente, la Iglesia, se encontraba en disposición de llevar a cabo proyectos excesivamente costosos, por lo que la arquitectura del momento debió limitarse a obras de tradición germánica o de raíz popular basadas en la utilización de materiales pobres y perecederos: el barro y la madera. Durante la alta Edad Media la tónica general europea consistió en el empleo de la madera, con la consiguiente decadencia de la técnica de la cantería. Tanto fue así, que las primeras abadías cristianas medievales de Francia se vieron en la necesidad de emplear, para su construcción, materiales pétreos reaprovechados de antiguas villas romanas, como fue el caso de la abadía de Jouarre, del siglo VII.
Pero también los castillos, símbolos inmemoriales del poder feudal se construyeron durante la alta Edad Media en madera. Por otro lado, se sabe, por hallarse dibujados en miniaturas medievales que estos castillos ligneos se cubrían de pieles de animales húmedas para impedir que fueran incendiados. De este tipo existieron algunos en la zona pirenaica española durante la época altomedieval. A partir del siglo X se produce en Europa el paso progresivo de la madera a la piedra, aunque en principio no se hace sino trasponer las primitivas formas de los edificios de madera de las construcciones con el nuevo material. Este cambio se aprecia previamente en las obras militares; así, en el siglo X, se construyen ya en piedra el Château Coudray (Francia) o las fortalezas de Rüdesheim sobre el Rhin (Alemania).

Técnicas constructivas y estilos medievales
Cómo se produjo este cambio de materiales y, por consiguiente,de formas constructivas, resulta una cuestión compleja de resolver. Los historiadores conceden gran importancia a las grandes invasiones, que entre los siglos VIII al X, asolaron Europa, produciendo importantes destrucciones y un clima generalizado de inseguridad. Los musulmanes por el sur, los húngaros por el este y los normandos desde el norte protagonizaron el sistemático desvanecimiento del continente, generando profundas transformaciones sociales.

Los edificios de madera fueron fácil presa de las llamas y la destrucción, siendo ésa posiblemente la causa principal del cambio constructivo. En este contexto, vemos surgir, durante el siglo XI, un nuevo estilo arquitectónico, el románico, que fundamentado en la piedra, contrastará fuertemente con las débiles estructuras de tiempos anteriores. En la adopción de la nueva arquitectura pétrea debió incidir no solo el conocimiento de las ruinas romanas, sino también la herencia de cierta literatura técnica de la Antigüedad. Es bien sabido que, durante la Edad Media, se conocían y manejaban algunos libros clásicos. Es el caso de la obra de Vitruvio: De Architectura Libri Decem (Los diez libros sobre arquitectura), de Varrón (116-27 a.C.): Las Antigüedades, de Plinio el Viejo (23-79 d.C.): Historia Natural y de san Isidoro (560-636): Etimologías. No obstante, los textos aportados por estas obras, aunque muy generales, y de escaso valor técnico, tuvieron el mérito de dar a conocer la Antigüedad Clásica al mundo medieval. Solo la obra anónima conocida como Mappae Clavicula, con sus dos versiones de los siglos X y XII, nos proporciona datos técnicos al tratar de la manera de construir de los cimientos de puentes y edificios, obra basada sin duda en la tradición antigua.
Existen documentos del medievo que hablan de los picapedreros altomedievales, especialmente de los franceses, que ya en el siglo VII debieron tener gran fama, a juzgar por el dato de que, en el año 685, se llamara ex profeso a algunos canteros galos para construir Jarrow (Inglaterra). Esto no es de extrañar, si consideramos que varios textos del siglo X nos informan de que estos operarios trabajaban la piedra more antiquorum —según la costumbre de los antiguos—, expresión que revela claramente los orígenes romanos de esta técnica. Así, el estilo de ámbito europeo que extendió el uso de la piedra fue el románico, constituyendo también el origen de las logias de canteros que alcanzarían su apogeo en el período gótico. La propia palabra románico evoca sus relaciones con lo romano, patente en el empleo, tanto de los materiales, como de los elementos constructivos de la arquitectura clásica, si bien esto se hizo transformando la esencia espacial de los edificios otorgándoles una nueva función, fundamentalmente religiosa o militar.
Protagonistas de los cambios arquitectónicos antes memcionados fueron sin duda los canteros, operarios que trabajaban la piedra dándole la forma adecuada para la construcción. Pero no hay que pensar en ellos como simples trabajadores que realizaban una actividad repetitiva y monótona, sino en personas que llevaban a cabo una excepcional tarea de creación artística. En este sentido, destacan especialmente los maestros de obras, que podemos equiparar con los actuales arquitectos. Ahora bien ¿qué lugar ocupaban estos grupos de canteros en la sociedad de su tiempo?, ¿cuáles eran sus condiciones de vida?. La sociedad feudal había girado en torno a tres órdenes o clases sociales: el clero, la nobleza y los siervos. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta estructuración tripartita de la sociedad se fue haciendo cada vez más compleja. El desarrollo de las ciudades, especialmente a partir del siglo XI, produjo la diferenciación del tercer orden con la aparición de diferentes oficios y ocupaciones urbanas, pero manteniéndose en todo momento, para estos grupos, la condición de no privilegiados en contraposición a la nobleza y a la Iglesia. En este orden de cosas, el oficio de cantero va a tener un carácter especial, alcanzando gran prestigio social. No hay que olvidar que éstos eran los receptores de las técnicas clásicas del trabajo de la piedra sillar, por ellos mismos confeccionadas. Su trabajo se encontraba así muy por encima de los constructores de edificios de madera o de los vulgares albañiles que realizaban casas de adobe o mampostería. Iglesias, catedrales, monasterios, castillos o palacios debían ser levantados por los canteros. Las clases superiores, constituia su clientela.
Por las especiales características de su actividad, sus desplazamientos eran abundantes debiendo trabajar en distintos lugares. Por eso, desde muy temprano, se les concedió libertad de movimientos en un mundo donde la fijación a la tierra era obligada para cualquier persona perteneciente al tercer orden. En esta itinerancia ven algunos investigadores un factor de la unidad de estilos, presente tanto en el románico como en el gótico, pues a menudo las logias, las cuadrillas de canteros o los propios maestros trabajaban en varias zonas de un mismo reino o en varios países distintos. Por otro lado muchos son los maestros franceses conocidos que trabajaron fuera de sus fronteras: Lafranc de Caen en Canterbury en el siglo XI; los Rudolf, padre e hijos, en Estrasburgo (antes Alemania), en el siglo XIII; también en este siglo, Villard de Honnecourt se encuentra en Hungría, Bernard en Tarragona, Petrus Petri en Burgos y, en el siglo XIV, Pierre Moret en Palma de Mallorca, Jacques Perut en Pamplona y Bonaventura Nicolas en Milán.
Durante la Edad Media, la creciente importancia de la religión produjo la multiplicación de los días de fiesta de la Iglesia, a los que se sumaban innumerables celebraciones locales; de este modo, existían anualmente entre 30 y 40 fiestas de obligado cumplimiento, además de los domingos, con lo que se reducían considerablemente los días de trabajo efectivo por año. Esto obligó, cuando la urgencia de la construcción lo aconsejaba, a utilizar el sistema de destajo, practicado sobre todo en las construcciones militares, pero también en numerosos edificios religiosos. Por lo demás, normalmente, se cobraba por semana trabajada, en la que podía o no incluirse el sábado, que en ocasiones era festivo y pagado. El horario de trabajo diario variaba del invierno al verano: para el invierno se empleaba ⅔ del horario de verano, es decir, unas ocho horas en la temporada invernal y unas doce en la estival, en la que el mayor número de horas de sol así lo permitía; además solía dejarse entre una y dos horas para la comida. En algunos lugares donde el frío era intenso en el invierno, la construcción quedaba prácticamente paralizada durante esa estación; se despedía a los jornaleros y tan solo algunos canteros permanecían trabajando, resguardados en la logia, especie de cobertizo situado a pie de obra.

Aparte de los canteros constituyentes de las logias y de los trabajadores fijos de otros oficios, la construcción reclutaba trabajadores locales. Unas veces eran jornaleros o braceros a sueldo que combinaban sus labores agrícolas con los de la peonía en la construcción; en estas ocasiones, el señor, la iglesia o el monasterio que sufragaba las obras realizaba levas obligatorias entre sus siervos, en cumplimiento de sus derechos señoriales que les facultaban para exigir «prestaciones personales» o, dicho de otro modo, trabajos inexcusables que los siervos debían al señor durante un determinado número de días al año.
Como las obras de los grandes edificios duraban muchos años, con frecuencia gran parte de la vida del maestro, el firmar un contrato a largo plazo donde se acordara una cantidad de dinero fijo como pago podía acarrear inconvenientes económicos, ya que se corría el riesgo de que los precios subieran mucho en ese período, mientras que el salario se estancaba. Para evitar estos problemas de inflación, los constructores a menudo preferían cobrar parte de su paga en metálico y la otra parte en especie. Los salarios de los trabajadores de la construcción eran más elevados que los de otros artesanos y su nivel de vida también, aunque, por supuesto, dentro de una obra existían muy diversas categorías salariales. Es necesario apuntar que el nivel de vida de los trabajadores de la construcción se elevó en Europa a lo largo de la Edad Media; en concreto, durante el período comprendido entre mediados del siglo XIII y principios del XVI, el poder adquisitivo creció constantemente, para bajar a partir de la última fecha. El motivo de este descenso hay que buscarlo en el cambio de mentalidad impuesto por el Renacimiento, el punto final a la edificación de las grandes catedrales góticas y la disminución en el ritmo de construcción de castillos.

 

Durante la Edad Media, según los documentos conservados, no existe una clara distinción entre canteros y escultor, ambos considerados trabajadores de la piedra. Los términos latinos artifex y operarius se utilizan indistintamente. La variedad de expresiones aplicadas a los trabajadores de la piedra fueron frecuentes en los distintos países europeos. En Inglaterra, en concreto Londres (1213), se empleaban de igual modo las expresiones lathomus liberarum petrarum (tallista de piedras francas) y sculptor lapidum liberorum, según se escogiera la palabra de derivación griega lathomus (picar piedra) o la latina sculpo, de similar traducción. Otras expresiones dadas a los canteros eran las de magister lapidum y scarpellator. Esta terminología no es nada sorprendente, pues muchos maestros eran a la vez arquitectos y escultores, así como los canteros, que realizaban igualmente sillares para los muros y piezas provistas de decoración escultórica. Sin embargo, durante la Edad Media, el término «arquitecto» no suele utilizarse. Los nombres para designar a los maestros van desde lapiscida, lapicida o sculptor, hasta magister operis (maestro de obras) o magister fabricae (maestro de fabrica), todos ellos contenidos en un documento que trata de una reunión que tuvo lugar en la catedral de Gerona en el año 1470. A veces se le llamaba simplemente maestro masón; así, puede leerse en la basílica colegiata de San Isidoro de León, sobre la tumba de Doña Sancha (siglo XIII), la firma de un artista, posiblemente francés, cuyo nombre ha desaparecido, que dice: MESTRE MASON ME FIST (maestro masón me hizo). En Alemania también se utilizó el término gubernator (gobernador) o ingeniator (ingeniero), esta última designación era solo empleada para los constructores de castillos. En Francia, sin embargo, encontramos la expresión doctor latomorum (doctor en cantería); así la vemos en la tumba de Pierre de Montreuil, en Saint-Germain des Prés.

El cometido técnico del maestro masón o arquitecto medieval era el diseño de edificios y la dirección de sus obras. También se hallaban instruidos en el Quatrivium y que, por lo tanto, sus conocimientos de matemáticas y geometría eran extensos; valiéndose de ellos, dibujaban los edificios, parte por parte, utilizando fundamentalmente círculos, cuadrados, triángulos equiláteros y rombos. Algunos trabajaban directamente sobre el suelo de la obra, pues se han descubierto agujeros en los que se colocaban estacas de madera para tirar cordeles, y así trazar las zonas a construir. Pero también hay indicios de que los maestros realizaban previamente los planos y alzados de las construcciones a edificar, como lo hacen los modernos arquitectos. Aunque muy pocos son los dibujos que han llegado de la Edad Media hasta nosotros. Tan solo contamos con el plano del monasterio de San Gallen (Suiza), del siglo IX, y el excepcional Cuaderno de Villard de Honnecourt, del siglo XIII, único libro práctico de arquitectura medieval que se conserva. En él recoge el autor apuntes sobre obras al parecer ya construidas, de las que representa planos y alzados, así como sistemas de diseño geométrico, tanto para arquitectura como para escultura, además de algunas maquinarias empleadas en construcción, todo ello acompañado de textos explicativos. Su testimonio puede acercarnos a los conocimientos que los arquitectos de la época debían poseer.
Por otra parte, estos maestros no solían trabajar de forma aislada, sino que a menudo estaban en contacto con otros arquitectos. Algunas veces, las tareas del maestro arquitecto no terminaban con el diseño y ejecución del edificio, sino que se extendían a todas las actividades del trabajo de construcción: poseía las canteras, controlaba el transporte, e incluso se aseguraba la fabricación y el comercio de los materiales. Otra categoría la componían los masones llamados compañeros u oficiales. Expertos conocedores de los procedimientos técnicos de su oficio, eran los operarios que desarrollaban el trabajo de la piedra, guiándose por los dibujos y planos del maestro.
Una primera división de estos masones nos hace distinguir dos ocupaciones diferentes, en efecto, en las construcciones había que tallar las piedras para darles la forma adecuada, y esto lo hacían los canteros, pero también con esas piedras debían construir los muros y levantar los pilares, así como las bóvedas y todos los elementos del edificio, y esta tarea la llevaba a cabo los albañiles propiamente dichos. La existencia de estos dos tipos de obreros viene atestiguada por su aparición en diferentes documentos. Así, por ejemplo, en Francia, durante el siglo XII, el cantero recibe el nombre de caesor lapidum (cortador de piedras),y en Inglaterra, en el siglo XIII, se le llamaba lathomus. A partir del siglo XIV se extienden los términos cementarius, cubitores o positores, aplicados a los operarios que colocaban las piedras, a los auténticos albañiles. Estas palabras encontraron transcripción a diferentes idiomas: de este modo, los canteros son llamados tailleurs de pierre en francés, y hewers en inglés, mientras los albañiles se denominaban asseyeurs y layers, respectivamente. Dentro de los canteros o tallistas de piedra, puede no obstante distinguirse un grupo que desarrolla labores de mayor complejidad y a los que la investigación actual ha dado en llamar canteros especialistas. Así, al estudiar los signos lapidarios, se han encontrado marcas correspondientes a canteros que solo realizaban trabajos de gran especialización o próximas a la escultura, como dovelas, plementos de bóveda, piezas curvas, fustes, basas de columnas, molduras, etc. Estos coincidirían con los términos free-mason o franc-maçon de los documentos, y otros canteros (conocidos por el nombre de rough-mason) que tallaban exclusivamente los sillares dedicados al levantamiento de los muros.
Tanto canteros como albañiles con la categoría de oficial se veían a veces asistidos en su trabajo por ayudantes, que los documentos citan como famuli, y que constituían una mano de obra compuesta por peones locales reclutados temporalmente por la logia. Estos ayudaban al transporte de las piedras, materiales de todo tipo y herramientas, así como al desarrollo de actividades para las que no se necesitaba cualificación alguna. En cuanto a la última categoría, la de los aprendices, trabajaban ayudando mientras aprendían en la obra. Pero, además, cada aprendiz debía ser tutelado por un maestro u oficial que se encargaba de su formación. La actividad de los aprendices era, en efecto, seguida estrictamente, pues de ellos dependía el futuro de la profesión. Así, en principio, se les encomendaban tareas sencillas, que iban aumentando en dificultad según avanzaba el aprendizaje, y algunos llegaban a tallar piezas en las que colocaban su marca junto a la del oficial que fuera su tutor.
La materia prima se localizaba en las canteras, así y durante muchos años en Ronda se usaba la extraída de la denominada "Arroyo del Toro", hoy casi agotada.
La explotación de las canteras de piedra para las construcciones medievales eran realizadas por los picapedreros, dirigidos por un maestro de cantería. Generalmente eran trabajadores sin mucha preparación, elegidos entre la población del lugar, aunque a veces constituían logias que colocaban sus propios signos en las piedras. Los canteros solían ubicarse, tras haberse rastreado la zona, en un lugar próximo al edificio por construir; pero en determinados casos, aquellas que alcanzaban gran importancia por la calidad de la piedra, la exportaban a otras zonas más o menos alejadas. Antes de iniciarse la construcción, el maestro de obras decidía qué material era idóneo y de dónde podía obtenerse. Según los documentos medievales las piedras se clasificaban en: lapis vivus o franchus (piedra dura para obras de calidad y escultura), lapis villanus (piedra blanda de mediocre calidad para construcciones modestas), lapis maceralis (cantos para mampostería o relleno de muros) y lapis columnaris (piedra de gran resistencia para columnas). Técnicamente, las piedras más duras utilizadas son las pertenecientes a los grupos de las areniscas, cuarzos y granitos, que producen chispas con el eslabón y efervescencia con los ácidos; en cuanto a las blandas, están representadas por calizas, que no producen chispas y son rápidamente atacadas por los ácidos.
El trabajo se iniciaba con el desbroce o retirada de la tierra que cubría la roca, mediante el pico y la pala. A continuación, con el martillo del piquero (herramienta en forma de gran martillo con un lado en pico) se capeaba el material, tarea consistente en detectar fallos e imperfecciones de la roca. Después con el pico y la acodadera (instrumento muy parecido a un puntero), se procedía a marcar las líneas que determinarían la figura del bloque. Sobre dichas lineas se hincaban cuñas metálicas, y éstas, al presionar la roca, fracturaban el bloque. También, en algunos casos, se utilizaban cuñas de madera, que luego se mojaban, hinchándose y provocando el desgajamiento del bloque.
El maestro de obras comunicaba al maestro de la cantera el número de bloques de piedra que eran necesarios, así como sus medidas, indicando a qué clase de piezas iban destinados, ya que, el tipo de material o su lugar de extracción dentro del yacimiento hacía variar su calidad. Pero los sillares y las diferentes piezas arquitectónicas o escultóricas no solían tallarse en la cantera, especialmente las piezas delicadas, que podían romperse durante el traslado. Por ello, tan solo se devastaban bloques cúbicos que luego se convertían, trabajados en la logia, en sillares, o piezas diversas, arquitectónicas o escultóricas. El movimiento de las piezas en la cantera se verificaba mediante el uso de rodillos de madera para desplazar las piezas muy pesadas o también el rastrón, ingenio de manera que, atado a bueyes o caballerías, arrastraba los bloques mediante cuerdas.
En el transporte desde la cantera a la construcción, se hacía uso de carros con caballos; en la baja Edad Media se desarrollaron vehículos de cuatro ruedas tirados por seis u ocho caballos capaces de acarrear una carga en torno a dos toneladas y media. Cuando las condiciones lo permitían, el transporte de las piezas se llevaba a cabo por barco o barcaza a través de ríos navegables o canales, pues estos sistemas de navegación eran capaces de recibir grandes pesos y se movían con relativa rapidez. Para grandes trayectos, las piezas se calzaban con madera o se protegían con paja al objeto de evitar el desplazamiento de la carga y los posibles golpes entre ellas.

Sillares, dovelas e instrumentos de trabajo
Una vez trasladados a la logia los bloques de piedra, comenzaba su proceso de transformación en piezas diferentes. Las más numerosas eran los sillares con forma de paralelepípedo, que servían para construir los muros; aquéllos se obtenían de los bloques en bruto según las medidas indicadas por el maestro. Para iniciar la tarea, era preciso entallerar el bloque, es decir, calzarlo con cuñas de modo que la primera cara a trabajar quedara ligeramente inclinada hacia el cantero. Seguidamente se comenzaba el desalabeo o alisamiento de la superficie preparada; con ayuda de la regla e instrumentos cortantes, se realizaba un escalón en cada una de las aristas de la cara a trabajar, y a partir de ellos se alisaba su superficie. Después se repetía la operación con el resto de las caras hasta alisar el sillar, ayudándose con la escuadra para conseguir los ángulos rectos. Otros elementos sumamente abundantes en las construcciones medievales eran las dovelas de los arcos, que eran imprescindibles para separar las bóvedas, abrir puertas y ventanales, etc. El diseño del conjunto de las dovelas se realizaba generalmente dibujando el arco sobre el suelo alisado con yeso o sobre una superficie de madera. Allí, en virtud de su curvatura y de las piedras disponibles, se dibujaban las dovelas y se determinaban sus medidas exactas, de manera que los canteros pudieran tallarlas. Determinadas piezas, como molduras, fustes de columnas, o las que presentaban cierta dificultad, se aplantillaban. Esta técnica consistía en el empleo de plantillas con el perfil del dibujo a ejecutar, que se colocaban, en uno, dos, o varios de los lados del bloque de piedra.
Para realizar las tareas mencionadas, los canteros medievales se servían de una amplia gama de instrumentos, cuyos orígenes pueden remontarse en muchos casos al trabajo de la piedra y el mármol durante la antigüedad clásica. Por otro lado, estas herramientas han llegado también hasta la actualidad casi inalteradas, siendo hoy empleadas en el oficio de cantería, que existe fundamentalmente en la restauración de monumentos.
Cuando se iniciaba el trabajo, los primeros instrumentos a utilizar eran los de medida o trazado; la regla y la escuadra metálicas, esta última fundamental para encuadrar los sillares, de modo que colocados posteriormente uno junto al otro, lograran formar perfectamente el muro; y, además, el trazador, pequeño cilindro metálico alargado y terminado en punta, con el que se marcaba la piedra, y el compás, que sería también para marcar y trasladar medidas. Las herramientas de desbaste se utilizaban para alisar ligeramente las superficies de un bloque, siendo las principales el martillo de piquero, diferentes tipos de picas y el escafilador, grueso cilindro con un lado plano, al que había que golpear con un mazo para ejecutar la obra. Las herramientas de labra, usadas para trabajo y terminación final de los sillares y de las múltiples piezas de la construcción, revestían diversas formas y funciones. Algunos requerían ser golpeados mediante mazos, como los punteros y cinceles. Los primeros, instrumentos cilíndricos más o menos gruesos y puntiagudos, realizaban finas incisiones sobre la piedra. En cuanto a los cinceles, también cilíndricos pero con un lado plano o curvo cortante, servían para desarrollar labores de talla; entre sus tipos, destacan las gradinas, similares a aquéllos pero presentando dientes en su lado plano. El resto de los útiles de labra estaba compuesto por un variado número de martillos de talla, picos y hachas para tallar. Entre los más significativos se encuentra el tallante, herramienta similar a un hacha doble con mango de madera, de corte plano y filo recto, y el trinchante, muy parecido al anterior, pero con dientes en las partes cortantes; ambos actuaban realizando amplias tallas o también aplanando la piedra. En cuanto a la escoda, nos recuerda igualmente la forma de hacha, pero su sección tenía forma de huso.
En la terminación de los sillares se podían emplear distintos útiles. El tallante proporcionaba una superficie lisa, el trinchante dejaba marcadas pequeñas lineas rayadas por sus dientes. Una terminación más basta producía el pico, con hendiduras en la superficie. Por otro lado, la bujarda determinados diminutos puntitos en las caras del sillar, pues este instrumento, con aspecto de maza de sección cuadrada, poseía en sus lados cortos un número variable de pequeñas puntas de forma piramidal. Por último, los canteros se ayudaban con otras herramientas auxiliares en su trabajo, por ejemplo, con varios tipos de sierras para cortar la piedra, berbiquíes para agujerearla y barras metálicas para resquebrajarla en bloques. Además, los albañiles poseían sus propios instrumentos para la colocación de los sillares, como el cartabón de madera para establecer los ángulos, la plomada para conseguir la absoluta verticalidad del muro o las paletas para poner el mortero sobre los sillares. Para el movimiento y colocación de las piezas en la obra se hacía uso de grúas manuales o tiradas por animales, y si los bloques eran de gran tamaño se empleaban otras compuestas por una rueda, en forma de cilindro hueco, desde el cual un operario la hacía girar andando dentro de ella. Sin embargo para el transporte de las piezas pequeñas, sobre todo si eran delicadas, se servían de la aportadera, instrumento compuesto por dos varas paralelas de madera entre las que se apoyaba una tabla que soportaba la carga.

Los canteros firmaban su trabajo insertando marcas en las rocas que moldeaban. Los signos lapidarios (en latín, piedra: lapis, lapidis) son aquellos que aparecen sobre los sillares que constituyen los edificios. Dichos signos se observan ya en monumentos de la Antigüedad, especialmente en los egipcios, griegos y romanos, aunque el período histórico donde más abundan, ligados principalmente a la actividad de las logias de canteros durante la Edad Media europea (período románico y gótico). A estos signos, estudiados desde el siglo XIX, se les dio en principio una interpretación relacionada con la astrología, la alquimia, o la magia, o se les creía pertenecientes a antiguos alfabetos masónicos. Pero pronto surgió otra teoría interpretativa, apoyada por grandes investigadores y figuras de la talla de Viollet-le-Duc (1813-1879), arquitecto y restaurador de numerosos edificios medievales franceses; éstos consideraban los signos lapidarios como las simples firmas de los canteros que constituyen los edificios. Actualmente no se admite la primera interpretación, pero sí la segunda. Hoy en día, los investigadores opinan que la mayor parte de estas marcas son simples firmas que eran colocadas para que los canteros se responsabilizaran de su trabajo y poder además el maestro contabilizar el número de piezas que realizaba cada operario.
Aparte de las firmas de los canteros, existen otros tipos de signos, como los graffiti, que pueden aparecer en las construcciones. Por eso se han establecido algunos sistemas de clasificación a fin de distinguirlos, considerando el origen de su realización. Entre los más conocidos están el sistema Lecotté, el sistema Van Belle, la clasificación Wiersma, y la clasificación Joan Tous, entre otros. Estos sistemas de catalogación, no obstante, tan solo tienen la misión de ordenar las marcas, tratando de establecer criterios, a nivel nacional o internacional, que faciliten el estudio.
Frecuentemente, la colocación de las marcas de canteros estaba relacionada con el trabajo a destajo, por este motivo, tan solo se encuentran en edificios medievales y empiezan a desaparecer a partir del siglo XVI, cuando cambian los sistemas de trabajo. Estas marcas eran hechas logícamente al terminar de tallar el sillar y antes de colocarlo sobre el muro, lo que explica que, una vez acabado el edificio, haya sillares donde no se vean los signos si éstos se encuentran en alguna cara interna de la piedra o han desaparecido, bien por reformas posteriores de la construcción o bien debido a las inclemencias climáticas.
Por otro lado, ya sabemos que no todos los dibujos aparecidos en los muros de los edificios son marcas de canteros, siendo fundamental diferenciarlos con claridad. Así los graffiti suelen ser signos únicos e irrepetibles en todo el edificio, además de estar siempre realizados en zonas accesibles, a la altura de la mano. Mientras que en los signos de cantería, cada uno de los tipos se repite siempre igual, pudiendo aparecer cientos de veces, y a distintas alturas. Las letras se encuentran entre las más abundantes signos de identidad y responden a muy variadas formas, coincidiendo, como es lógico, con los alfabetos de la época: letra mozárabe, visigótica, carolina, gótica, etc. Otros signos igualmente utilizados son los que hacen referencia al oficio de los canteros, en concreto a sus herramientas de trabajo. Los signos religiosos cristianos están representados por un variado número de cruces, y las figuras geométricas se basan en el círculo, el cuadrado, el rectángulo y el triángulo.
Dichos signos se grababan sobre la piedra por medio de punteros o de finos cinceles, o bien se marcaban mediante el troquel, que era como una especie de «sello para piedra», donde el dibujo estaba constituido por aristas cortantes sujetas a un mango metálico; al ser golpeado con la maceta contra la piedra, marcaba el signo sobre ella, siempre idéntico. En cuanto a la utilización de las formas de las marcas por los canteros, se ha descubierto que las más sencillas eran empleadas por operarios que producían gran número de sillares, generalmente destinados a la construcción de muros. Sin embargo, los canteros especialistas, que hacían trabajos de gran calidad técnica, tallaban por ello menos número de piezas, de forma más sosegada, y poseían unas marcas mucho más complicadas.
A menudo, dentro de una misma construcción, aparecen signos similares, tan solo diferenciados por pequeños detalles o porque unos están dibujados en oposición simétrica con otros. Este fenómeno se entiende por la herencia de signos que, de padres a hijos, tenía lugar dentro de las logias. En efecto, los hijos de los canteros utilizaban frecuentemente los signos de los padres, pero variando algún trazo para distinguirse. En menos medida se han encontrado signos únicos, marcas de cantero tan solo localizadas una vez. Sobre ellas hay que decir que posiblemente no fueran únicas y hubiese más no reconocidas, pero, sea como fuere, de su carácter minoritario puede deducirse que se realizaron por trabajadores locales contratados temporalmente, por canteros itinerantes o quizá por aprendices que trabajaban solos sus primeras piedras.
Monedas y medidas medievales

Monedas

Denario: moneda de origen romano, que durante la Edad Media, solía denominarse dinero. Según el sistema monetario carolingio, utilizado para el cambio hasta la época bajomedieval. 1 dinero equivalía a 2 óbolos.
Libra: moneda medieval, según el sistema monetario carolingio, equivalía a 20 sueldos.
Sueldo: moneda medieval que según el sistema monetario carolingio, equivalía a 12 dineros (denario).

Medidas

Hasta comienzos del siglo XIX no se empezó a introducir el sistema métrico en Europa, por lo que hasta ese siglo el sistema de medida era otro muy diferente. He aquí algunas unidades importantes:

Punto : ............................ 0,1875 milimetros
Línea : ............................ 2,25 milimetros y 2,247 milimetros
Cícero : ........................... de 4,30 a 4,60 milimetros
Pulgada : ......................... de 25,04 a 30,27 milimetros (12 líneas)
Palmo menor : .................... 7,66 centímetros (34 líneas)
Palmo medio : .................... 12,4 centímetros (55 líneas)
Palmo : ........................... de 20 a 22,45 centímetros (89 líneas)
Pie : .............................. de 32,484 a 36 centímetros (144 líneas o 12 pulgadas)
Codo : ............................ de 49 a 55 centímetros (233 líneas o 1,5 pies).
Codo de Chartres :.............. era igual a 0.738 metros. Corresponde a la cienmilesima parte del grado del paralelo de Chartres: 73,8 Kilometros
Vara : ........................... de 1,1885 a 1,8845 metros
Toesa : .......................... de 1,94 a 2,19 metros (6 pies o cuatro codos)
Pértica : ......................... 5,847 metros en París y 6,496 metos en otras partes
Lieue de poste : ................. de 3,8989 a 4,444 Kilometros
Legua : ........................... 4,45 Kilometros
Hay que tener encuenta que estas longitudes son solo aproximativas, ya que en el siglo XVII, por ejemplo el pie, cada estado fijaba su medida y podía
variar incluso de una ciudad a otra:

Pie de París : .................... 0,3248 metros
Pie del Rhin : .................... 0,3138 metros
Pie de Londres : ................. 0,3048 metros
Pie de Bologne : ................. 0,3803 metros
Pie del Norte : .................. 0,3156 metros
Pie de Dinamarca : .............. 0,3139 metros
Pie sueco : ....................... 0,2968 metros
Pie de Burgos : .................. 0,2786 metros.
También la picaresca rondaba en la ejecución de estos grandesedificios. Sabemos, que una vez terminada la obra había que pagar un impuesto real, como si fuese "fin de obras", pero toda ley tiene un agujero por donde esta tasa quedaba exenta "per secula seculorum", y era que quedase inacabada en algún
punto el edificio sin comprometer por ello la integridad y la seguridad del mismo.
Así, en la Colegiata de Santa maría, en la plaza de Pedro Pérez Clotet, se puede apreciar como parte del remate de un muro está sin acabar.

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